La panadería de El Colmenero de Alhaurín nació a principios del siglo pasado, en 1918, de manos de Antonio García García, abuelo del actual responsable, en la población malagueña de Alhaurín el Grande. En un principio, esta primera generación alternaba las labores de molienda, en un molino en el río Fahala y una panadería en calle Albaicín. La molienda se hacía en un molino maquilero de origen árabe de piedras al uso, es decir, en esta zona eran de menor tamaño que en Castilla donde por el volumen mayor de los campos obligaba a piedras de mayores. En Alhaurín llegó a haber veintidós molinos maquileros a pleno rendimiento.

Después esta harina se transportaba a lomo de las acémilas (mulas) hasta la panadería en el casco urbano donde se transformaba en pan de verdad, en un principio amasada en lebrillos vidriados (platos grandes de cerámica) con buena masa madre y, una vez formados y fermentados, cocidos en hornos de leña, de los que aún se calentaban por la boca.

El abuelo Antonio era un hombre que contaba con más de seis oficios en su currículum.  Hombre metódico, observador, creativo autodidacta y de gran corazón, hacía que en aquella época y con tan pocos medios resultara fácil hacer un pan extraordinario. “Para mi era un panadero con mayúsculas” afirma hoy con orgullo Antonio García, el nieto.

Más tarde, su padre Antonio García González, que desde niño había mamado el mundo del pan y al que su padre enseñó todo lo que sabía, cogió las riendas de la panadería y en los años cincuenta, después de un periodo fuera de España, como tuvieron que hacer tantos y tantos españoles, y aunque ya estaba establecido en nuestro país vecino Francia, su ilusión fue volver a nuestro país y darle un nuevo impulso a la panadería. Era un panadero avanzado a su época, gran amante de su oficio, creó tendencia desde aquellos años, con el concepto de “panes saludables”, allá por los años setenta, elaborando una gran variedad de panes naturales, con las mejores materias primas, procesos y cocciones. Esta línea de productos se vendían en herboristerías de toda Málaga y provincia; fue también precursor del pan sin gluten y de toda una gama de galletas y productos integrales, hombre respetado por todo el gremio, supo luchar contra los grandes males de la panadería de la época: el descanso dominical, la competencia desleal y la mala formación.